A los 12 años, Alejo dibuja sus profesores en clase. Estos hacen la vista gorda y no le confiscan el dibujo hasta que lo termine. Los profesores no solo se quedan con las ilustraciones sino que después discuten entre ellos el parecido de sus caricaturas.
Un crítico destaca ese aspecto del talento de Alejo Vidal-Quadras: “El ojo rápido, la mano ágil, el espíritu penetrante y el sentido del humor que va hasta el límite de la maldad, ¿qué más es necesario para hacer de la caricatura un arte? Cuando el caricaturista es un hombre de mundo, su trazo adquiere la connotación de verdad, lo que lo transforma en testigo de su tiempo. Alejo Vidal-Quadras, armado de su lápiz, escribía a su manera la crónica de su tiempo”.